Se acerca el invierno y con él asoma la despedida. Mi espacio limitó la visibilidad de los habitantes y en los corredores capté la acordada sentencia.
El viento aún sopla el fresco invernal. Revivo las visitas primaverales, el zumbido de los insectos, el cosquilleo de los parásitos, los pájaros cantan y a su ritmo melodioso mi ramaje danza. El tiempo me hace acreedor del escondite de los párvulos, refugio de los quejumbrosos longevos, igual aquellos que a mi intención el fresco roza su piel. Vivaz la naturaleza me reviste de verde, los árboles somos admirados por lo que está en gestación, somos el germen plantado que anuncia el fruto. Por cortas semanas los poetas se embelesan en el bello colorido, y las imágines de los paisajes no son ingenio del pincel o de una cámara, sino de la naturaleza.
La temperatura disminuye, aparece la cuasi deformación del ambiente, somos siluetas desnudas a la luz de los ojos que desean ver lo invisible. Debo prepararme no para el reposo pasajero, sino para el determinado por los humanos. Un nido perdido en la cúpula hace alarde de la complicidad con los animados libres.