La imaginación es el obsequio inadvertido en el que se recrea el ensueño.
El reflejo del objeto renueva el pensamiento en el sendero que amplía su ideal. En la penumbra de su visión, el lúcido forastero cavila la oda a su momento, balbucea su encanto sin que el sonido acalle el eco de su impresión, y la palabra, reverberación de su ego, reconoce el menoscabo de la maravilla percibida.
En el espacio de vívida arboleda, la estación lamenta el sello emitido, para el hombre, es el pasaje que da prisa a su destino.
El lenguaje del hombre no logró disuadir de la sentencia al poder económico. Y no fue la voz humana consignada en el eslogan de la naturaleza, ni las pancartas que proclamaban la preservación del medio que los hizo humanos y, menos aún la marcha cotidiana de los que avizoraban las consecuencias irreversibles del suelo.
Qué pensarán los descendientes de la humanidad, cuando adviertan que el poema a la existencia acalló, en el itinerario de la vida.