Los árboles, son representación vívida en el mundo y en ése mundo, día a día los peregrinos de la vida prolongan su andar, y tras sus abruptos pasos, en su mente la muda tolerancia de ésos gigantescos vestigios. Como el ser humano tienen historia y a pesar que el tiempo mengua su prisa, como él, bajo el mismo firmamento con paciencia esperan al desconocido sino.
Desde siempre en simbiosis animada e inanimada, los árboles propulsan al hombre en el desarrollo de sus inventivas casuales o necesarias, aunados en el inicio y en el fin de la causa cotidiana. Cimiento de subsistencia nutritiva, de
incontables propiedades medicinales, y entre otros atributos, símbolo cultural
de los pueblos. En las indecisiones naturales de su existencia, en el paisaje montaraz asienta sus dudas, su incondicional refugio.
En un rincón de la tierra, en remotas praderas habitadas, he advertido éste árbol signo del ayer, y del hoy. Os invito a curiosear el pasado, considerar la existencia de los que son, la oxigenación de la humanidad. Los Árboles son testigos del tiempo, representación del ahora, y como los humanos, espejo del nacer pero
también de la finitud.
La imagen nos permite visualizar un árbol, parte desraizado de su espacio, en contacto con la tierra, la otra, sobrepuesto a los impetuosos vendavales danza su
primavera, y escucha vivas hasta cuando en invierno la nieve dibuja su silueta. No se sabe de la duración de su adormecido descanso, lo que se evidencia es que su energía no fue arrasada, y que, el tiempo se encargó de revivir su nombre, “sauco” (SALIX ). Su origen tramó una nueva fase en su existencia, la sobrevivencia a las inclemencias climáticas estaba dada. Al leño en reposo la brisa lo despertó, su ramificación tejida por el viento se eleva en el espacio en distintas direcciones, su frondosidad incita a la tranquilidad, al relax anímico de los pasantes.