Depauperado de sed, empero, se declara en combate contra la anémica justicia.
Bajo sus ropas adormece su realidad, como si por un momento se diera descanso a la búsqueda incansable de la actividad que merita el ser humano, como si sedado a su causa aún aguardara el palpitar de su función vital, como si su famélico estado le aplazara la ilusión perdida. El desafío mortal es para un después, en el ahora, la impostura del gobierno, estampa institucional, simula la suerte de los hambreados.
Ante la “bien llevada” administración, los dirigentes y actuantes soberanos atisban el reflejo de sus actos, el espejo de su obra pone en evidencia su grandiosa miseria.