Al parecer, la trabajadora desea neutralizar el trance de su agotamiento. Su mirada va más allá del acto que regará sus venas obstruídas.
Su suelo ha sido invadido y como dádiva a su vida, la ciudadana rural, se aventura al desconocido mundo de las aglomeraciones citadanas, donde, a riesgo empeñará su fuerza física. En el inicio de su nueva actividad, el patrón le acentúa el desconocimiento de la labor y por ende su remuneración. En un convenio de duración determinada la asalariada desempeña su actividad bajo delegada custodia.
En el camino que la conduce a su celda, decide descansar y en programado silencio consume la merienda, sentada en un mullido escalón, lejos del ruído de las máquinas, de las intimidaciones de un jefe que cumple el comando.
La tierra para los que zurciendo el terreno esparcen la semilla en el campo de todos. La tierra para los que reconocen que su rededor es origen y sin mancillar el principio se recrean en la finitud de lo existente.